martes, 18 de noviembre de 2008

La culpa también fue de Palin


Como un rompecabezas, las piezas azules del mapa electoral de Estados Unidos se iban ensamblando en las pantallas de televisión de todo el mundo. Presenciábamos en tiempo real el triunfo del candidato demócrata, el afroamericano Barak Obama. La democracia norteamericana se renovaba y sorprendía al mundo.
Acostumbrado yo a la democracia mexicana, donde un organismo burocrático electoral centraliza el conteo de votos, observé cómo la democracia norteamericana se cocina por partes. Los resultados son comunicados a los medios de comunicación por los comités electorales estatales y como en una competencia deportiva o un juego de estrategia, los ciudadanos pueden seguir el match de la democracia en versión CNN, en vivo y a todo color.
El triunfo de Obama es un acontecimiento mayor en la historia, posible gracias a la participación masiva de nuevos votantes -voto generacional- y de las minorías -esferas de la sociedad que enriquecen culturalmente la vida cotidiana de las principales ciudades estadounidenses. Así, Obama ganó debido a que su campaña, a golpe de discursos muy elocuentes, con un mensaje claro y no populista, generó en la sociedad un sentimiento generalizado de esperanza y de cambio. Lo cual, en un contexto de crisis económica y guerra en Irak, convierte a Obama en potencial víctima de su propio triunfo.
No puede pasar desapercibido el papel que jugó la campaña del partido republicano. Es posible que la fórmula McCain-Palin pasará a la historia como una penosa impostura. Para deleite de los humoristas y los cartonistas, Sarah Palin aportó una dosis de humor involuntario reflejado en la cantidad de personas que durante Halloween se disfrazaron de candidata a vicepresidente. Las parodias de Palin alcanzaron hasta los strip bars, donde teiboleras con lentes se candidateaban para segundo de abordo en el gobierno estadounidense, contonéandose ante el tubo. El enemigo a vencer por el candidato republicano, mas que a su contrincante demócrata, fue el lastre de ocho años de gobierno de George W. Bush. Con ese pesado antecedente, podemos decir que la culpa del fracaso republicano la tuvo el presidente en turno. Y, desde luego, Sara Palin.

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