Jamás había sentido tan cerca el vacío de esta ciudad. De golpe el vacío se me presentó como un plato mal servido de comida rápida.
He tratado de no ser intransigente y abstenerme de hacer una crítica aguda de Miami. Sin embargo, después de haber visto una ciudad como Estambul, la realidad, o mejor dicho la falsedad, de esta ciudad a la que llegué por mero azar, me cayó como un balde de agua tibia, ya que ni siquiera estaba helada.
Acostumbrado a la densidad y el impacto que produce la Ciudad de México, donde fui educado, Miami me sabe a los platillos de comida cubana, simplones, con mucho ruido y pocas nueces.
Inútil buscar rastros de Cuba, la que vi cuando era adolescente, de música cubana tradicional como el son, el que escuché en México, ni siquiera he encontrado buenos mojitos. En la conocida calle 8 he entrado a algunos sitios auténticos, sin embargo no tienen la intensidad que te hacen sentir al borde de las sensaciones.
Miami es para quienes necesitan reafirmar su narcisismo, para los que, quizá por el gusto de soñar despiertos, satisfacen su autoestima con botox, silicones o llenándose la boca diciendo cantidades de dinero sin que nadie les haya preguntado.
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